jueves, 6 de junio de 2013

Turismo de vértigo


Ansiedad. Sensación de vacío en el estómago. Rigidez en las piernas. Inseguridad. Sudoración desmedida. Temblores. Bajada de la tensión arterial. Subida del pulso cardiaco. Dificultad para comunicarse. Descontrol. ¿Hay alguien a quien le guste padecer alguno de estos síntomas? Eso parece.
Quienes sufren acrofobia, lo comúnmente conocido como miedo a las alturas, huyen de este tipo de sensaciones. Pero hay otros muchos que acuden directamente en su búsqueda. No hace falta tirarse de un puente atado con una cuerda elástica, lanzarse por una tirolina o tratar de emular a los pájaros con un parapente, el simple turismo también puede provocar vértigo. Eso sí, hay destinos donde hasta el más bravo recula.
 
 La noria del Prater (Viena, Austria)
Alfred Hitchcock no dudó en utilizar las alturas para hacer temblar a sus espectadores, pero el acceso a la cima del Monte Rushmore está limitado y las escaleras del campanario de la misión de San Juan Bautista solo eran una recreación de estudio. Otra de las grandes escenas del cine clásico que más estremece a aquellos que tienen vértigo aparece en ‘El tercer hombre’ del director Carol Reed. En este caso, cualquiera puede montarse en la noria del Prater de Viena. Se puede contemplar perfectamente la capital de Austria desde su vértice superior, que pese a no estar muy alto (65 metros) puede provocar el bloqueo de los más temerosos por los ruidos de su centenaria estructura.

 
La bóveda de la basílica San Pedro (Ciudad del Vaticano)
Lo mejor de Roma se puede contemplar desde el extranjero. La Ciudad Eterna se ve al completo desde la cúpula de San Pedro del Vaticano. Aunque quienes sufran claustrofobia y acrofobia también tendrán que sufrir. Y es que, por momentos, el pasillo de las escaleras apenas alcanza el metro y, cuando finalmente se alcanza la bóveda de la basílica, el turista se encuentra sobre la nave central a 136 metros de altura. El vértigo aumenta más aún por la forma arqueada de su techo.

Cataratas del Iguazú (frontera entre Brasil y Argentina)
Las cascadas del Iguazú reciben a miles de visitantes cada año. Sus 275 saltos se pueden observar desde la distancia, aunque hay quienes prefieren acercarse al puente peatonal de la Garganta del Diablo (situado en la parte brasileña) y prácticamente empaparse por la cercanía del río. En este tramo, el estruendo provocado por la caída del agua, los pronunciados desniveles y la fuerza de absorción de la catarata hacen que la sensación de altura aumente significativamente.

 
‘Skywalk’ en el Gran Cañón (Arizona, Estados Unidos)
En la última década, el número de miradores en alturas extremas se ha multiplicado. De Nueva Zelanda a Italia pasando por Austria y Noruega. El más popular de ellos seguramente es el situado en el Gran Cañón de Arizona. La geografía de este mítico escenario rojizo de películas y hogar de la tribu india de los hualapai se ha visto alterada por el ‘Skywalk’, una pasarela en forma de herradura a 1.300 metros de altura. Un sueño de un hombre de negocios de Las Vegas hecho realidad para desgracia de los puristas y beneficio de los nativos de estas tierras.
 
Caminito del Rey (Sierra de Málaga)
El acceso a esta ruta está prohibido  pero desde que el mundo la descubrió por las redes sociales hay muchos temerarios que se arriesgan a pagar los 5.000 euros de multa. Este paso situado entre las localidades de Álora y Ardales, en la sierra malacitana, se encuentra en unas penosas condiciones. Se construyó a comienzos del siglo XX para que los trabajadores pudiesen acceder a la central hidroeléctrica del Salto del Gaitanejo y tomó su nombre actual después de que Alfonso XIII acudiese a su inauguración.

 
Templos taoistas de Hua Shan (China)
Los ejemplos anteriores parecen un juego de niños si se comparan con Hua Shan, una de las cinco montañas sagradas de China. De hecho, más de un centenar de visitantes mueren al año cuando acuden a sus templos taoistas. El recorrido hasta ellos es extremadamente peligroso. El tramo llamado Changong Zhandao está compuesto por simples maderos fijados contra la roca durante cuatro metros y con una anchura de solo treinta centímetros con unas cadenas roñosas como único agarre. Un paso en falso puede suponer una caída desde 2.100 metros por el rocoso acantilado.

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